viernes, 10 de noviembre de 2017

¡Y con la aristo-tecnocracia hemos topado!

Jean-Claude Juncker
Doctor honoris causa Universidad de Salamanca
Igual no debería de haberme extrañado, pero tengo que reconocer que me han sorprendido las “virulentas” y despectivas reacciones de los más altos mandatarios de las instituciones europeas a la presunta declaración de independencia de Catalunya.
Era de esperar que el gobierno español desplegara una ofensiva feroz a nivel diplomático, para intentar desacreditar y escenificar la soledad del planteamiento independentista catalán en Europa, pero, aun así, me han sorprendido las reacciones de Sr. Tajani (presidente del Parlamento Europeo) y, sobre todo, del Sr. Juncker (presidente de la Comisión Europea). Incluso, aunque más predecible, las del Sr. Tusk, presidente del Consejo.
Estos días, sin ir más lejos, Juncker ha calificado a los nacionalismos como "veneno", porque añaden “fractura y división” a la estructura de la Unión Europea.
Y la pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué tanta virulencia y tanto empeño en descalificar el proceso catalán y las identidades nacionales sin estado europeas en general?
Hay una respuesta obvia: que el gobierno español ha presionado y amenazado mucho a muchos.
Pero yo creo que también hay otra razón muy importante.
Y lo dijo el propio Sr. Juncker:
"Si dejamos que Cataluña se independice, también lo harán otros"  "Ya es relativamente difícil con 28 países, con 27 no va a ser más fácil, pero con 98 creo que esto es imposible"
Yo no soy un especialista (ni tan siquiera un “medio-enterau”) en la cuestión europea. Es demasiado complicada para un simple mortal.
Pero parece evidente, que la Unión Europea está en una encrucijada muy difícil, de cara a su propia supervivencia,.
El proceso de construcción europea se hizo más en base a cuestiones económicas que políticas y siempre pivotando sobre el eje de los Estados, tal y como hoy los conocemos.
De hecho, el Parlamento Europeo (compuesto por representantes de la soberanía popular, electos/as por votación directa) todavía tiene que seguir “compartiendo” poder de decisión con el Consejo Europeo (formado por los presidentes de cada Estado miembro de la Unión). Decisiones que ejecuta la Comisión Europea, un órgano colegiado elegido de manera “digital” (a dedo) por los gobiernos de los Estados miembros.
Es lo que antes se llamaba “codecisión”: un sistema introducido en 1992 por el Tratado de Maastricht y que, desde el Tratado de Lisboa de 2009, se llama “procedimiento legislativo ordinario” de la UE.
En base a esto, el Parlamento y el Consejo tienen el mismo peso a la hora de legislar sobre cuestiones como la gobernanza económica, la inmigración, energía, transporte, medio ambiente o protección del consumidor .
La gran mayoría de las leyes europeas se adoptan conjuntamente por el Parlamento Europeo y el Consejo.
Esta es una de las razones de la desafección de los ciudadanos y de los problemas que hoy en día atraviesa el proyecto de Unión Europea.
Y las evidencias son, precisamente, el propio Brexit y el auge de los populismos en muchos países europeos, que reclaman una vuelta de la soberanía, depositada hoy en Bruselas, a los gobiernos de sus Estados, para evitar que sean “unos tecnócratas extraños” quienes les gobiernen "desde lejos".
Al final, el problema no es el resurgimiento de estados o naciones en Europa. El problema es el modelo de construcción europea que se ha implantado.
Tal vez en un principio no hubiera otro modelo mejor para empezar con el proceso de integración de los distintos estados, naciones, pueblos o sociedades en un proyecto común llamado Europa. Había prisa para empezar a dar forma a la Unión y había que hacerlo de la manera más efectiva posible.
Pero eso ya se ha conseguido y lo que ahora pervive es un sistema que, precisamente, frena esa unión, esa “comunión” de las diferentes sensibilidades nacionales y sociales que integran Europa.
Como pasa en los coches: se arranca con la primera velocidad, porque es más fácil y más potente para comenzar a andar, pero luego hay que seguir subiendo de marchas, porque si se circula en primera todo el tiempo, lo que ocurre es que se consume muchos recursos y, al final, más temprano que tarde, se acaba rompiendo el motor y el coche queda inservible.
Ese es el riesgo que ahora corre el proyecto de unidad europea.
El Sr. Juncker tiene razón en una cosa: si se crearan nuevos estados en el seno de la Unión, el esquema de gobierno actual no se podría mantener.
Se pasó de repartirse el poder entre 15 a repartirselo entre 28. ¡Y encima compartirlo con un Parlamento!
Así es simplemente imposible mantener el "control" de la cosa pública debidamente.
De cualquier manera, el problema para Juncker y para Tusk es que el sistema actual ya no se puede mantener y la irrupción de nuevas realidades “estatales”, como la catalana, vasca, gallega, escocesa o flamenca pueden desencadenar su colapso.
Hay que cambiar de marcha y cambiar de esquema.
Hay que aplicar el concepto que tanto les gusta repetir a los tecnócratas europeos: la gobernanza multinivel.
Pero ellos no lo hacen considerándola una herramienta para avanzar, que es lo que debería de ser, sino para justificar su propia existencia como colectivo.
En algún sitio leí que la nueva gobernanza implica necesariamente una nueva estrategia para unir el concepto “Estado contemporáneo” con “Sociedad contemporánea”.
Con el actual sistema, difícilmente se pueden dar respuestas adecuadas a los nuevos retos sociales y, mucho menos, a la velocidad a la que estos aparecen y desaparecen.
Desde ya, hay que dar respuesta a las necesidades sociales, allá donde se produzcan, con una mayor cercanía e integrando en el proceso de reflexión, decisión y ejecución a la propia sociedad que ha generado la demanda.
Y esto no es compatible con legislar “desde lejos”.
En mi modesta opinión, la gobernanza multinivel pasa por definir unas líneas generales de desarrollo social (y consecuentemente, de desarrollo económico), para el conjunto de la Unión, basado en el bienestar de los ciudadanos, la justicia social y la solidaridad. Un nivel de definición y cohesión de lo que entenderíamos como Europa, que elegiría, dirigiría y fiscalizaría al gobierno de la Unión, como nivel más general.
Un nivel intermedio (parlamento y gobierno territorial o regional), que se encargaría de adaptar las decisiones de la Unión a un entorno y una sociedad determinada, que comparta vínculos identitarios, culturales, idiomáticos, afectivos, territoriales o, simplemente, de intereses compartidos.
Y un último nivel, el local, eslabón final del conjunto de todas las políticas y origen de todas las demandas.
Tres niveles (incluso cuatro, si incluimos el concepto de Euroregión, como un espacio de confluencia de intereses), con capacidad de trabajar de forma multi-direccional, con potestad para decidir en el ámbito de sus competencias, con la obligación de ejecutar lo decidido leal y honradamente y con la ventaja de poder interactuar en los tres niveles, para mejorar el conocimiento de la realidad y la respuesta a los retos sociales en cada momento.
Y este es el gran problema para los Estados en su concepción actual y, sobre todo, para para la supervivencia de los Juncker y Tusk de Europa.
La irrupción de realidades nacionales diferentes a los actuales Estados, conlleva que la única manera de actuar de forma coherente, racional, efectiva y eficaz sea este tipo de esquema de gobernanza multinivel; deja en evidencia la obsolescencia del actual esquema y anula de un plumazo el concepto actual del Estado-Nación como pilar de la construcción europea.
Por esto es tan evidente la pataleta del presidente de la Comisión Europea.
Con el "procés" catalán, no solo se pone en cuestión la tan cacareada unidad de España (o de cualquier otro Estado europeo), sino que se está cuestionando el actual sistema de gobierno europeo, y, en consecuencia, la propia existencia del Consejo y la Comisión Europea.
¡Y con la aristo-tecnocracia hemos topado!

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